Recuerdo la primera vez que fui a Nueva York. Tenía 15 años. La experiencia fue increíble y la ciudad maravillosa. Tengo muchos recuerdos de ese viaje. Pero hay uno en particular que nunca olvido. Caminando por una de sus tantas aceras, me agaché un segundo a amarrarme los tenis. De repente un montón de hombres, probablemente caminando hacia sus trabajos elegantes, casi caen como dominós, detrás de mi. Todo por que por unos segundos me detuve. Recuerdo que muchos de ellos protestaron y siguieron su camino. Mi papá me dijo que no volviera a hacer algo así, ya que en aquella ciudad la gente tenía prisa, y no debía molestarlos.
Que locura. Pensar que así vive la mayoría de la gente. No todos van por Manhattan, camino a sus trabajos elegantes. Algunos van corriendo al colegio de sus hijos, para luego coger tapón camino a ponchar en la oficina. Otros corren de su “full time” hacia el “part time”, porque el dinero no alcanza. Otros simplemente corren, porque no sabe caminar. Por que vivimos con tanta prisa, que se les olvida parar. Y se nos va la vida. Y cuando se nos obliga a detenernos de repente, no sabemos como hacerlo y nos caemos unos encima de otros. Como dominós. Como los señores elegantes de Manhattan. Nos levantamos; protestamos y seguimos caminando. A veces sin empatía. Casi siempre, sin disfrutar el viaje. Y se nos sigue yendo la vida. Luego nos preguntamos, por qué el tiempo pasó tan rápido. Pero quien iba demasiado rápido eras tú. Rápido, para no llegar tarde. Rápido, para ser el primero. Rápido comes. Rápido te bañas. Rápido te tomas el café. Rápido miras a tus hijos…y ya crecieron. Rápido se nos va la vida, si no nos detenemos. Si no la saboreamos. Si no la vivimos. Rápido llegamos a viejos, o no llegamos.
Respira. El presente es ahora. La vida es esto. ¿Cuál es la prisa? Respira…