Muchas veces fracaso estrepitosamente en mi intento de relajarme y vivir esa vida de “peace & love” que tanta falta hace. Ese bombardeo constante que logra que en mi mente habiten pensamientos tan profundos, tan míos, tan rosas, tan grises, tan todo.
Si el mundo anda de cabeza. Si las noticias confunden. Si la gente ya marea. Si nos taparon la boca durante varios años. Si la realidad, es que muchas veces, todo se ha ido a la mierda. Pero digo yo, que vale la pena secarse los ojos para ver más claro.
No niego que en ocasiones tiemblo de miedo. Que otras tantas, lloro de rabia. Que pierdo el control. Que me vuelvo loca. Que quiero gritar. O quizá salir corriendo a un jardín de lavanda que inventó mi mente. Escuchar canciones en francés y ver que todo es bonito. Y casi lo logro.
Me levanto y lo vuelvo a intentar. Pues en estos casos, no se vale rendirse. Al fin y al cabo, el mundo no necesita una pesimista más. Aunque escojo siempre ser lo que necesito ser, y dar riendas sueltas al “lado oscuro”, procuro no perderme allí. Y lo logro. Siempre lo logro.
Toco el cielo con los dedos y encuentro el camino a casa. Procuro regresar con el alma liviana. Con los ojos llenos de estrellas. Con la ilusión de una niña. Entonces puedo ver la magia del mundo que me rodea. Donde todo es hermoso. Donde mi corazón encuentra paz. Donde sé vivir bien. Donde el amor es infinito. Y vuelvo a empezar…